Jacobs o la vocación por el castillo de naipes

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Jacobs

o la vocación por el castillo de naipes

George Friedrich Handel. La Resurrezione di Nostro Signor Gesú cristo, HWV 47. Auditorio Nacional (Sala Sinfónica), CNDM, Ciclo Universo Barroco. 6 de marzo de 2014. Sunhae Im, Sophie Karthäuser, Sonia Prina, Jeremy Ovenden, Johannes Weisser. Dir.: René Jacobs, Le Cercle de l’Harmonie.

Las obras del periodo italiano de Handel son tan bellas como complejas. En una atmósfera arcádica y sin poder beneficiarse de la escritura operística de los textos de Nicola F. Haym o Antonio Salvi, el sajón supo hilvanar una música hedonista, intensa, tímbricamente irresistible para unos libretos con escaso componente dramático y tensión algo desmantelada. Los dos oratorios que compuso en menos de un año (Il trionfo del tempo e del disinganno en 1707, y La Resurrezione en 1708) fueron la visita obligada de sus óperas posteriores, un sustrato nutritivo al que recurrió asiduamente para rescatar fragmentos aquí y allá e incorporarlos a sus composiciones cuando el tiempo o la inspiración no le eran propicios. Es una música joven, sin la penetración psicológica de los dramas maduros, tampoco con la ironía de sus años londinenses. ¿Qué tienen entonces estas notas? Pues, en opinión de quien esto suscribe, tienen el secreto del más puro y sencillo embeleso.

Para Jacobs, funambulista profesional de este mundillo, nada de esto le es ajeno. Son ya muchos años dándole vueltas a los lugares comunes que poco a poco ha creado el movimiento historicista, e ir a sus conciertos es acercarse a un mundo muy personal donde prima la estilización del sonido sobre el contraste. El director belga colorea la paleta del continuo como pocos y no se arredra a la hora de meter un fortepiano para los recitativos del Don Giovanni o cambiar la vocalidad mítica de la Pamina. Siempre sabe arriesgarse en sus propuestas, con mucho acierto las más de las veces, con algo menos raramente. El concierto de anoche fue de los segundos, porque hubo destellos, buenos propósitos, pasajes conmovedores, pero nada parecido a la magia.

Partamos del hecho de que Le Cercle de L’Harmonie es una buena orquesta, casi sobresaliente si se miran uno a uno sus componentes, pero como conjunto está muy lejos de la Freiburger o la Akademie für Alte Musik Berlin, con las que habitualmente colabora Jacobs. Y no es tan buena no tanto por no cometer fallos sino por no saber reponerse a ellos. El arranque, uno de los más complicados de todo el corpus Handeliano, fue desastroso, en parte por la citada complejidad pero también por una prisa endiablada en la dirección de Jacobs que hizo tropezar a los oboes de muy mala manera. Salió mal, cosas que pasan, pero no confundamos un concierto con un elogio a la perfección, y no hubiera tenido mayor importancia si el castillo de naipes de la orquesta no se hubiera derrumbado tras eso sin dar síntomas de recuperación hasta bien entrada la obra. Las individualidades eran buenas: Quintana a la viola da gamba o Galassi al arpa colorearon arias y recitativos con un sentido muy lírico, mientras los contrabajos engrosaban con gusto. Pero en este caso no ocurrió ese milagro del uno más uno igual a tres tan propio de la música. Más al contrario: uno más uno casi nunca llegaron a dos. Y sin ese crecimiento compartido o ese necesario empaste la obra Handeliana se derrumba con una velocidad inusitada; se le ven las costuras a tanta aria da capo; se le transparentan las servidumbres formales barrocas.

Los cantantes cumplieron sin arrebatos. Im tiene facilidad para la coloratura y buen legato, pero por volumen no pasa de la fila siete y Jacobs tampoco moderó el espesor sonoro de la orquesta para ayudar. Si además la colocan detrás de los músicos (por esto de crear dos “ambientes”, el celestial y el terrenal), pues peor todavía. Karthäuser muy bien, tanto en gusto como en expresividad, su Ferma l’ali, e sui miei lumi fue lo más bonito de la noche. Sonia Prina solventó con tablas e inteligencia aquellos lugares donde la voz se quedaba atrás, aunque su tendencia al vibrato excesivamente abierto de los últimos años desconcentra demasiado. Ovenden fue un San Giovanni blando y Weisser cautivó por un timbre precioso y más entrega que estilo. Jacobs intentó caracterizar a cada personaje con ese elemento tan de oratorio vivaldiano que es asociar instrumentos determinados a cada personaje durante los recitativos, para luego desandar lo andado en la segunda parte y mezclar tímbricas con un cierto vértigo. El resultado de este experimento era un poco como en el cuento de Cortázar, La foto salió movida, donde todo parece desplazarse de golpe y la confusión hace presa. A grandes rasgos la idea de Jacobs no rindió según lo esperado, aunque algunas combinaciones fueron sugerentes y se agradeciera el intento de variedad.

Acabó el concierto y se aplaudió profusamente, como corresponde a ciclos y programas tan necesarios como éste. Durante las horas anteriores al concierto conocimos la muerte de Leopoldo María Panero. Es curioso como uno acude a este templo pagano que es el auditorio en busca de consuelo ante tanta muerte reciente en el mundo de la cultura, desde Abbado a Paco de Lucía, y que nos está dejando desmembrados. Quedémonos con lo conmovedor de la música de esta tarde y con las ganas de que Jacobs nos redima cualquier otro día mejor en este mismo auditorio, que no deja hoy de recordarme las palabras del cuerdo Leopoldo: “todo empieza allá donde nadie habla. El silencio no es el fin: es el amanecer del color, y de las bestias”.

Mario Muñoz Carrasco

Imagen: http://www.foro.salvatuvida.com/viewtopic.php?f=6&t=1559

Publicado en abril 2014

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