Música popular y vanguardia
Blacknuss, Rahsaan Roland Kirk, Atlantic, 1971.
The cross gets awful heavy [at] different times but one is supposed to keep on going on, and carrying the cross on his shoulder.
Roland Kirk Old Rugged Cross
A menudo de manera taxativa el jazz de los años sesenta y setenta se ha asociado al excesivo experimentalismo y la falta de conexión con el público. Sin embargo, se trata de un periodo complejo y prolífico que generó obras apasionantemente ricas y de gran relevancia para entender el desarrollo de la música popular. Difícil de categorizar en conjunto por sus múltiples caminos y variaciones, la producción musical de estas décadas se caracterizó, como todos los periodos del jazz hasta entonces, por la búsqueda de nuevas formas de tocar y explorar, desarrolladas en relación con las inquietudes del momento. Con ello surgió una amalgama de términos para comprender lo que estaba ocurriendo musicalmente: “free jazz”, “post-bop”, “avant-garde”, “modal jazz”, “the new thing”… Aunque con diferencias, fundamentalmente vinculadas al plano musical-armónico, estas etiquetas no alcanzan a describir estilos claramente separados sino que, estando íntimamente relacionadas musical y socialmente, nos acercan a la convivencia y enriquecimiento mutuo de una gran variedad de recursos y propuestas híbridas.
En su trabajo sobre el free jazz (como categoría general e integradora), Daniel Robert McClure ha argumentado que esta corriente artística representó un movimiento de decolonización en consonancia al movimiento afroamericano por los derechos civiles. Además, entiende el rechazo a las fronteras entre géneros y la perspectiva plural del free jazz como una personificación de la cultura posmoderna. Añade que la corriente neoclasicista surgida en los años ochenta no ha valorado suficientemente el desarrollo del jazz a partir de los años sesenta, y como consecuencia ha reducido los significados atribuidos al género. Consciente de su variabilidad, desarrollo temporal y múltiples formas, aquí me aproximo al periodo y desarrollo del free jazz prefiriendo, más que hablar del estilo en abstracto, anclar la discusión en músicos y obras concretas como ejercicios de puesta en común.
Grabado en un contexto de extensión hacia nuevos caminos, Blacknuss (Atlantic, 1971) puede describirse como un disco de soul interpretado desde la vanguardia, un viaje de raíces y despegues conducido por la genialidad del multi-instrumentista Rahsaan Roland Kirk. Junto a 17 músicos, entre los que destacan nombres ilustres como Billy Butler, Cornell Dupree y Bernard Purdie, Kirk hace los arreglos, predica, toca el saxo tenor, distintas flautas, la guitarra, el stritch y el manzello variantes del saxo que él mismo desarrolló. Suena crudo y exuberante, combinando un lenguaje esencialmente clásico, un virtuosismo desbocado pero bien entendido, y un excéntrico y acogedor punto de locura. Muestra su característica capacidad de tocar varios instrumentos al mismo tiempo y, sobre todo, revela su poderosa habilidad para conjugar música popular y vanguardia, para fundir lenguajes y sonidos con precisión, fluidez y sorpresa.
En la tradición del jazz moderno, Blacknuss evidencia la continuidad de estilos al conectar tanto con el hard bop y el soul jazz de los cincuenta y sesenta (por la reivindicación del góspel y la canción popular), como con el jazz de vanguardia desarrollado a lo largo de los sesenta (por su tratamiento formal y experimentación). Ambos polos, el representado por el “conservador” y el “innovador” se dan la mano en el disco, donde el marco de canción pop se hibrida en formas innovadoras, instrumentos e influencias distintas. En conjunto, el disco muestra un afán exploratorio más orientado a la creatividad y el diálogo intercultural que al descubrimiento musical analítico. Al escucharlo, uno siente una mezcla de familiaridad y extrañeza, porque aunque sus canciones son populares, su manera de interpretarlas es sorprendente. Al final, destaca el feeling de las improvisaciones, que atraen al oyente haciéndole partícipe.
El repertorio de Blacknuss se asienta fundamentalmente en el soul del contexto, mezcla de Motown y ambiente “Blaxploitation”. Incluye standards del momento como “My Girl” (The Temptations, 1964), canciones de ese mismo año que hoy consideramos clásicos como “Ain’t No Sunshine” (Bill Withers, 1971), “What’s Going On” (Marvin Gaye, 1971) y “Never Can Say Goodbye” (Jackson Five, 1971), y otros temas relevantes como “Take Me Girl I’m Ready” (Junior Walker and the All Stars, 1971) y “Make It With You” (Bread, 1970), interpretado entre otros por Aretha Franklin y The Supremes. Como el bebop hizo con el repertorio swing pero sin desconectarse del sentido original de las canciones, Kirk y su banda se basan en composiciones de actualidad en la música popular negra y las utilizan como moldes de trabajo. Las interpretan en concordancia con sus significados pero liberándolas de la toda dulzura, estandarización y comercialismo pop, las llevan a otro nivel expresivo y de intensidad donde domina la polifonía, los matices y la pegada.
El disco combina el soul con la contención de baladas R&B como “I Love You Yes I Do” (Bull Moose Jackson, 1947), la influencia de músicas del mundo (de manera más marcada en “One Nation”), y el inspirado gospel tradicional “Old Rugged Cross”. Kirk lo hace suyo dirigiéndose al público, construyendo el tema poco a poco, comandando a la banda con el saxo hasta alcanzar el éxtasis con la repetición, el estiramiento, el honkin’. Los dos temas restantes los firma Kirk. “Which Way Is It Going” es un escurridizo y alegre correteo de flauta combinado con respuestas vocales, y la desatada experiencia de “Blacknuss”, muestra de la apropiación y representación orgullosa de la negritud, emerge como un definitorio alegato final. Con el pianista tocando solamente las notas negras del piano (“no queremos eliminar nada pero, por esta vez, solo vamos a escuchar las notas negras del piano”, anuncia Kirk), el tema destaca por su aroma africano y “primitivo”, su dinámica y su invitación a la experiencia de entrega colectiva.
En tanto declaración política contextual, Blacknuss sugiere una visión de la experiencia “racial” y social en consonancia con el final contradictorio y ambiguo del movimiento por los derechos civiles. Como buena parte de la cultura popular negra de principios de los años setenta, el disco desprende una sensación confusa de desengaño, alimentada por cierta melancolía irónica. Ya no están las largas improvisaciones del free jazz, ni la alegría inocente del primer soul. Tampoco la militancia pro-derechos civiles de obras de vanguardia como We Insist! Max Roach’s Freedom Now Suite (Candid, 1960). Por el otro extremo, el desarrollo y transformación del hip hop, como respuesta de radicalización de la violencia, todavía está lejos.
Blacknuss se crea en la encrucijada de un periodo incierto de reflexión y transición en la sociedad norteamericana. En la música se siente el peligro, el dolor, el ruido y el desconcierto, pero la expresión que vence es de superación, con momentos de júbilo, llamada y respuesta y encuentro comunicativo. Blacknuss es la ilusión golpeada y golpeadora, ferviente, apasionada y sombría; una visión musical y socio-política de (auto)exploración, aguerrida sensibilidad y cambio.