¿Quién es Beyoncé?

Crítica
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¿Quién es Beyoncé?

La cantante publica su LP más personal

BEYONCÉ, Beyoncé, Columbia Records, 2013.

Si hoy una de las miles de publicaciones que sobreviven a base de debates inertes preguntara a sus exiguos lectores por el “rey del pop” la responsabilidad, por unanimidad, de ostentar este título tan anecdótico como intrascendente recaería en Michael Jackson. Si semanas más tarde, el mismo medio, en un destello de originalidad, propusiera a su desdichado público escoger al mejor grupo de la historia del género, The Beatles superaría a sus teóricos adversarios de manera apabullante. Pero si al editor se le ocurriera “doctorar” a la “reina del pop” mediante votación popular no habría una dueña clara de tal honor. Una década atrás, Madonna estuvo cerca de adjudicárselo con una carrera plagada de éxitos y de escenografías revolucionarias que modificaron los parámetros en los que se debía mover la mujer en la cultura musical de masas, dando un nuevo significado a la feminidad en el pop. Solo su incapacidad para reformular a través de los años el mensaje –sonoro y visual– que deseaba transmitir, ha conseguido echar por tierra sus opciones de coronación, dejando a la vista a una cantante despojada de ideas brillantes –y de ropa–. Queda patente pues, que el tiempo no pasa en balde. No existe la eterna juventud.

Hoy, el rol de la diva mainstream continúa enfocado prioritariamente en la creación de modelos que después imitan otras candidatas y millones de chicas: ser “trendy”. Modelos que tienden hacia la despersonalización de la corporeidad femenina y la perversión de la mujer como objeto sexual que satisface las exigencias del hombre del siglo XXI. Las propuestas se han multiplicado y al menos una decena de ellas, entre las que destacan Lady Gaga, Rihanna o Kyllie Minogue, se reparten el pastel millonario de los primeros puestos en las listas de ventas con coreografías extravagantes y aullando a base de dance “de bote” resinoso en agudos, letras caducas y fórmulas perennes. Sin embargo, Beyoncé nos ha sorprendido con un as ganador bajo la manga para cerrar 2013 y abrir el nuevo año: disco inesperado, contundente, cargado de contenido y, lo más importante, innovador.

Con todo y con eso, este es uno de esos discos que no se recordarán por cuestiones musicales sino por asuntos colindantes e indisociables, como la estrategia de marketing y promoción. Por sorpresa, un tuit de la artista con un enlace adjunto nos abría las puertas a las diferentes pistas del LP, a asomarnos a esta especie de ventana interior –la práctica totalidad de los cortes contienen algún elemento autobiográfico– de la cantante, en la que sopla buen y favorable viento, eso sí, en exclusiva por la plataforma cerrada iTunes de Apple. Una inédita fórmula basada en la ausencia de elementos publicitarios o promocionales tradicionales, en la canalización del producto en digital, por una única vía que ha reabierto antiguas discusiones sobre la actualización de las industrias culturales y, en consecuencia, sobre la sustitución de los soportes sonoros. ¿Qué papel debe jugar el disco físico en la actualidad? ¿Está la industria discográfica, los artistas, los usuarios y la red preparados para reconvertir el sector y funcionar a través de Internet?

Por una parte, los números juegan a su favor. En cuestión de días Beyoncé ha batido récords, algo que, de todas maneras, no debería parecernos excepcional. Pese a ello, por el salto cualitativo que supone en su trayectoria, BEYONCÉ ha nacido para ser paladeado a un “bitrate” de alta calidad con el que poder discernir detalles relacionados con la excelente producción y no con vistas a un perfil de usuario que utiliza auriculares de los que regalan las compañías de transporte para una pantalla de cuarenta pulgadas. Y ahí entra en juego una parte de los formatos físicos. Quizás haya un usuario para cada soporte y todos puedan convivir en armonía, pero, en esta ocasión, habría merecido la pena apostar por un lanzamiento clásico y haber dado la oportunidad de disfrutar del sonido a una calidad decente.

El segundo debate que ha devuelto a la actualidad BEYONCÉ, aunque se trata de una tendencia en alza desde la pasada década, tiene que ver directamente con el primero y trata sobre la cultura visual. ¿Favorece a Beyoncé como artista el que el oyente se fije más en su contoneo de cintura que en la música aunque forme parte del mismo producto? ¿Pueden convivir tal cantidad de disciplinas sin que ello resulte contraproducente para una o para más de una? Contestémoslo más adelante. Nos encontramos inmersos en la sociedad de la imagen. Como principal causante contemporáneo, la enorme influencia de la Gesamtkunstwerk wagneriana ha llevado a que no pocos compositores perciban las disciplinas artísticas como los órganos inseparables de un ser unicelular: la obra de arte. La música convive en constante diálogo con pintura, escultura, cine, fotografía o vestuario.

Paralelamente, nuestras costumbres como público ya no son las mismas. Si no, ¿cuántos discos has escuchado de principio a fin en el último mes? Y ¿cuántas horas de vídeo, entre televisión, internet y teléfono has consumido? Preferimos los singles a los LP. YouTube recibe más visitas que Grooveshark. Cabe reseñar que todo esto no significa nada necesariamente negativo. De hecho, a diario surgen interesantes propuestas que se enriquecen de esa interacción en la que predomina la imagen, lo que está claro es que la música dejó de ser el centro hace un siglo. Compartió protagonismo con el texto en la ópera, lo perdió en el cine y se convirtió en un elemento más, alejado de la atención del espectador, en los clips. No obstante, este fenómeno que ha provocado la pérdida de importancia de la música dentro de la industria discográfica ha visto respuesta en el resurgimiento del vinilo como formato sonoro de máxima calidad y en la asfixia del cd.

Retomando las tesis interdisciplinarias, los responsables de marketing se escudan en “la demanda de la sociedad actual” para resituar la música en un segundo plano y en el caso concreto de las “princesas del mainstream” el movimiento, el maquillaje, la iluminación, los sugerentes ropajes y las ambientaciones la acompañan en los célebres y demandados videoclips. ¿Hay algo más viral que un corto musicado? Y por eso, en el álbum encontramos hasta diecisiete vídeos para catorce temas. Ahora bien, desde mi punto de vista, se debería establecer distinciones entre ofrecer el producto que el espectador reclama y enseñar al mismo qué le tiene que gustar. Aquí hay algo más que una modelo dando lecciones coreográficas. Hay un discurso que han olvidado vender en formatos más adecuados. Craso error a mi parecer.

En cuanto al contenido, se puede considerar de lejos lo mejor que ha grabado la cantante norteamericana. En general el trabajo mantiene un tempo contenido, de estilo mucho más r’n’B que los anteriores, con alguna influencia del reggae y del funk y con refuerzo representativo de los graves. Hay que destacar algunas colaboraciones como las de un desconocido apodado Boots, que ha supervisado gran parte de las pistas o el talento descomunal de Pharrell, responsable del resultado de “Blow” y “Superpower”.

Por otra parte, BEYONCÉ es un nido de contradicciones. El sexismo y la representación de la mujer como fuente de deseos y placer del hombre están presentes en la mayoría de videoclips que acompañan al álbum. Sentencias tan sugerentes como “Let me sit this ass on you” que podemos encontrar en la briosa “Drunk in Love” a dúo con su marido –JayZ– nos dan una idea del tono. En cambio, otras apuntan en el sentido contrario como la letra de “******Flawless”, que parafrasea a la activista feminista nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie y llama a luchar por la igualdad entre hombres y mujeres educando en los mismos valores a ambos géneros. El culmen de la hipocresía aparece al comienzo con la celine-dioniana “Pretty Hurts”, un corte que agradará a sus fans incondicionales y que nos cuenta la presión que sufrió y que padecen muchas chicas por los estrictos cánones de belleza y por la cantidad de obstáculos que se deben superar en la vida. La cantante llama a luchar contra los ideales impuestos mientras ella misma se ha realizado varias operaciones y tratamientos estéticos de relevancia. Tampoco parece muy coherente clamar contra la pobreza mientras a tu hija le compras unas zapatillas con incrustaciones de diamantes, pero huyamos de temas extra-musicales.

Algún crítico ha subrayado la falta de sencillos que le permitan permanecer un par de semanas en antena. No puedo estar más en desacuerdo. Además de las revisiones, remezclas y ediciones especiales para radio que se escuchen en los próximos días, como mínimo habrá dos temas de éxito asegurado. El primer single, “XO” se mueve en la línea de producciones anteriores de la artista. Nada arriesgado, de estribillo y estrofa pegadizas, tiene suficientes ingredientes para alcanzar las primeras posiciones.

No obstante, el verdadero hit que supone una verdadera evolución en las propuestas sonoras de la cantante, que nos marca el camino y que sentará precedente para lo que otros desarrollen a corto plazo, se llama “Blow”. Una base maravillosa, llena de detalles cuidados, superposición de tímbricas seleccionadas con excelente gusto, a caballo entre un funk nada desgarbado y la electrónica más suave y melódica, marca la métrica de una poesía con sexualidad explícita y potente. Magnífica producción para un producto al alcance de cualquier oído. Y aún hay más. “Superpower”, la perla escondida del LP. ¡Menuda balada! ¡Qué coros! Atmósfera de 24 quilates para una voz oscura, plateada y precisa. Beyoncé se emplea a fondo y la vemos en registros muy diferentes a los que nos tiene habituados. Un esfuerzo titánico en sonoridad que los que le rodean se empeñan en tapar con vídeos insulsos, algunos incluso horteras. Los únicos que muestran algo personal y que se pueden visionar sin temor a perder el tiempo son “Blue”, en el que disfruta de un día en la playa con su hija, y “Heaven”, un clip cargado de emotividad en el que se intenta transmitir la desolación que se siente cuando se pierde a un ser querido.

Mayoritariamente, audiovisuales de estética insulsa, pero también imágenes sonoras que no funcionan. Francamente, “Partition” –por mucha frase irónica sobre una famosa becaria de un presidente norteamericano que incorpore– o “Rocket” no se mantienen al nivel del resto y algunas de las baladas no logran convencer, aburren. Por ejemplo, temas como “Mine”, junto al rapero Drake, o “No Angel” aportan poco más que el acceso a las listas de r’n’B. Sin embargo, cabe destacar la madurez y solidez vocal con la que se enfrenta a temas tan complicados como “Haunted”, atacando una serie de dificultosos intervalos con un hilo quebrado de voz, o “Jealous”, que a más de uno recordará a Lana del Rey gracias al logrado empleo de la tesitura grave.

En definitiva, Beyoncé ha querido mostrar en esta interesante propuesta una parte de ella. Nos enseña las contradicciones entre las que navega pero también que sabe crear auténticas joyas musicales. Al mismo tiempo, ha removido los cimientos de la industria y ha sacado a la palestra debates enterrados. Por primera vez un trabajo suyo es bueno por lo que contiene y genera y no por el número de premios ganados. Y quizás esa palabra defina a la perfección quién es Beyoncé: una ganadora.

Àlex Fernández

Imagen (portada): http://cdn.theatlantic.com/newsroom/img/posts/2013/12/beyonce/233638d0c.jpg.
Imagen (interior): http://scstylecaster.files.wordpress.com/2013/12/beyonce-beyonce.jpg.

Publicado en febrero 2014

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