De enamoramientos, claroscuros y titanes

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De enamoramientos, claroscuros y titanes

Los juegos del azar o confabulaciones entre un santo romano y un músico, aunque del XX, decimonónico

S. Rajmáninov Concierto para piano y orquesta nº 3 en re menor Op. 30, Sinfonía nº 2 en mi menor Op. 25. London Philharmonic Orchestra. Director: Mijaíl Agrest. Solista: Simon Trpcheski (piano). Conciertos y Solistas Extraordinarios de las Juventudes Musicales de Madrid. Auditorio Nacional, 14 de febrero de 2013.

Dos meses menos un día después, volvíamos a escuchar a la Filarmónica de Londres en el Auditorio Nacional de Madrid. Solo que esta vez, no bajo la batuta de su Director Titular Vladimir Jurowski sino bajo la de Mijaíl Agrest. Y no porque esto hubiese sido planeado de antemano; fue casi cuestión de azar. En un principio, el director anunciado para llevar a buen puerto el programa homérico a la manera de Ulises fue el canadiense Yannick Nézet-Séguin, quien por otro lado es el Director Invitado Principal de la Filarmónica y sobre el que pesan grandes expectativas halagüeñas de futuro. Pero un cambio no avisado sitúo a la filarmónica bajo las órdenes del nuevo director Mijaíl Agrest. Por otro lado y como solista al piano, contamos con el joven macedonio Simon Trpcheski, quien en el año 2010 grabó los Conciertos para piano nº 2 y nº 3 de Rajmáninov para el sello discográfico Avie. Al año siguiente grabaría “sus parejas”, los Conciertos para piano nº 1 y nº 4, completando así el ciclo concierto – piano del compositor.

Hecha la presentación, quiero comenzar esta vez por la propina que Trpcherski nos ofreció tras su defensa del tercer concierto, “concierto para elefantes” como el mismo compositor lo llamaba al referirse a él. Seguidamente les hablaré de la sinfonía y por último del concierto, cambiando así el orden del día. ¿El motivo? Prepararse o tomar aire antes de hablarles de esa obra endiabladamente virtuosa para la parte solista. La música extra elegida por el pianista pertenece a una de las Diez piezas para niños del compositor soviético Aram Jachaturián, en concreto la segunda: Un cuento de la tarde.Es una obra técnicamente sencilla, alejada del estilo romántico protagonista de la sesión. Gélida y despojada de todo adorno, Trpcherski le dio vida bajo una interpretación cuidada y llena de una quietud apacible. Buena elección situada entre los dos colosos, que renovó la atmósfera antes de dar comienzo a la segunda parte del concierto y que seguramente permitió al pianista el descanso de sus dedos sobre el teclado.

Respecto a la Sinfonía nº 2 Op 27 en Mi m  creo que en líneas generales careció de dos aspectos que la impidieron brillar por completo. Me refiero al equilibrio por un lado, y a la gracilidad por el otro.  Por ejemplo en la cuestión del tempo, dentro de un mismo movimiento los cambios se percibieron con poca naturalidad a la vez que “faltos de chispa” en los momentos danzables; otro ejemplo fue el uso innecesariamente excesivo de ritardandos. Resaltaré también el camino de la repetición por el que optó ir Mijaíl Agrest, alargando así la duración del primer movimiento; aspecto que menciono porque no es nada común encontrar en la discografía una grabación de esta sinfonía que respete la doble barra de repetición. No obstante, bajo esas ampulosas frases líricas, especialmente las del tercer movimiento, difícil fue escapar del embrujo rajmaninoviano para quien ya hubiese sucumbido a “las flechas del romano”.

Y ahora lectores, sin disparos ni confabulaciones llegamos al concierto que se ganó la fama de ser “el más difícil del mundo”; el concierto para el que el pianista debía imaginar “tener diez dedos en cada mano”, digo recordando la película australiana Shine, dirigida por Scott Hicks, y cuya temática gira entorno a la interpretación de esta música. Compuesto en Rusia en 1909, un año después del estreno de su sinfonía nº 2, fue dedicado al pianista Joseph Hofmann, quien rechazó  tocarlo jamás en público. Fue entonces el propio Rajmáninov quien lo estrenó al piano. Creo que con estos apuntes ha quedado claro el virtuosismo extremo para la parte pianística, aunque en este caso no pueda adjuntarles la partitura (¡escuchen de nuevo la música!). Centrándome otra vez en la tarde del 14, clarinetes, fagots, trompas, percusión y cuerda, marcaron la breve y expectante introducción de dos compases en pianísimo antes de que de las manos de Trpcheski surgieran de manera casi inocente esas notas que cantan el tema. Pero por mucho que admire a quien sea capaz de llevar en sus dedos esta y tantas otras músicas, debo ser honesta con ustedes. El primer movimiento sufrió desajustes gravísimos entre orquesta y solista. Esto ocurrió casi al principio de la obra y después en el peor sitio en el que podía ocurrir: ¡en el clímax!, con las trompas haciendo sus entradas en fortísimo y a destiempo. A la vez, y a pesar de que el tempo era ligeramente más lento, lo cual para el caso de este concierto no es significativo, al piano se le notaba algo ahogado. Un detalle importante para evaluar bien la consecuencia de dichos desajustes es conocer que el punto climático en la concepción musical de Rajmáninov es de vital importancia; es el objetivo principal de sus obras. Estas sólo tienen sentido a partir de la consecución de ese clímax y posterior alejamiento. Por eso les digo que el asunto fue grave. Pero a pesar de esta fatalidad, el concierto fue defendido con vigor y buena musicalidad en los siguientes movimientos. Ya por último y sin ánimo de cansarles, sólo déjenme decirles algo sobre la cadencia. El compositor escribió dos: “la fácil” y la “Ossia”. La primera es la que él mismo interpretaba y por la que también optan numerosos pianistas (les recomiendo la versión de Marta Argerich), es más corta, y sí, en comparación con la segunda, es más fácil también. La “Ossia” es diabólicamente compleja y algo más larga, siendo la que eligió nuestro pianista. De hecho, fue concretamente a partir de la interpretación de la cadencia (final del primer movimiento) cuando el piano de Simon salió de las sombras que en gran medida le proyectaban la dirección y la orquesta. La poca comunicación existente entre estos últimos quedó al fin menguada por la luz del macedonio. Y cerrando así esta crónica les diré que fue un 14 de febrero cargado de claroscuros y luchas entre gigantes titanes; tarde emotiva también, con momentos de ternura, nostalgia y pasión. Tarde en la que al fin y al cabo, un santo romano y un músico decimonónico confabularon para el amor.

Mª Cristina Ávila Martín

Foto proveniente de: http://www.descargafotografias.com/flores/naturaleza/flores/rosa-roja-sobre-fondo-en-blanco-y-negro

Publicado en marzo 2013

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