Historia continua de nacimientos y eternidad

Crítica
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Historia continua de nacimientos y eternidad

El ser humano y la naturaleza entrelazan sus manos en Human.:||: Nature., el último disco de la banda finlandesa Nightwish, que narra de forma peculiar nuestra historia y la de nuestro planeta.

 

Human.:||: Nature., Nightwish, Nuclear Blast, 2020.

 

 

Charles Darwin, sentado, nos mira. Sus manos en el regazo, las piernas cruzadas y una mirada tranquila. El “sinfín de formas muy bellas” que una vez escribiera en El origen de las especies revolotean por su cabeza todavía. Escondida entre las páginas del libreto del álbum Human.:||: Nature., su figura comienza a levantarse desde su pétreo sillón del Museo de Historia Natural de Londres y el aroma de aquellas “formas” vuelve a olerse de nuevo. Y huele muy bien.

Pero, como en casi todo, poco escapa de la dicotomía. Dividido en dos partes, el álbum conjuga, en dos discos, dos tipos de naturaleza: una que producimos, la humana, y otra que nos ha producido, la propia naturaleza. Los signos en los que el arqueólogo David Rohl tuvo que indagar para ilustrar esta dualidad están plasmados en la propia portada. Hace unos 4.400 años, alguien escribió en cuneiforme la palabra “naturaleza” (signo superior en la portada del álbum) en la antigua Sumeria. Eras más tarde, en el 700 a. C., otra persona hizo lo propio, en sirio, con la palabra “humano” (signo inferior). Esto solo es el principio del último viaje en el que se ha embarcado la banda de metal sinfónico finlandesa Nightwish entre Kitee, Hollola, North Yorkshire y Helsinki.

Mientras esculpe un signo en cuneiforme, un humano, al que Juan Luis Arsuaga una vez llamó Krog, comienza a escuchar el tema que más atrás en el tiempo podemos ubicar del primer disco: “Music”. Plagado de los gritos y gemidos primitivistas de sus compañeros de tribu, que tanto impresionaron en su momento a compositores como Stravinsky, en este primer tema la voz de la Tierra nos habla de una misteriosa performance que va a dar comienzo en su interior. Con una introducción a base de una inusual pero sutil música electrónica que no estamos acostumbrados a escuchar en la banda, la voz de Floor Jansen suplica a la Tierra que de cobijo al nacimiento de esta nueva civilización. Llena de referencias a otras canciones del mismo álbum, como “Moors” o “Pan”, nos trasladamos a esta última, que se ha convertido en el segundo estadio de la humanidad.

En este momento, el comienzo de ensueño pronto se transforma con el sonido de unos sintetizadores que remiten al disco Wishmaster (2000) de la propia banda, especialmente a temas como “The Kingslayer” o “Wanderlust”. Bajo la necesidad de tocar las estrellas, de pintar un lienzo en blanco, de imaginarse en la Luna o de actuar en un teatro, este tema supone el nacimiento de la creatividad en el hombre. The Pale Blue Orchestra, bajo la batuta de James Shearman y con la inclusión solo de la cuerda en este primer disco, verá su nombre reflejado en ese “teatro azul pálido” en el que desean actuar los nuevos habitantes de nuestro planeta. Las historias para dormir de la que nos habla el tema, en las que una madre le canta a un hijo y que todavía no han llegado a imaginarse (Sleeping stories unimagined), van a comenzar a nacer con “How’s the Heart?”, una verdadera oda a los afectos y al cariño humanos, incluido rescate de versos del tema “Élan” del anterior álbum de la banda, Endless Forms Most Beautiful (2015).

El “acto de amabilidad, antes del Amén” del que habla este último tema nos introduce en el nuevo y complejo concepto que acaban de descubrir nuestros primitivos habitantes: la religión. “Tribal”, que comienza con el ruido que puede emitir perfectamente una televisión sin señal, nos retrotrae a una sonoridad al más puro estilo “Romanticide”, de Once (2004), y los gritos y gemidos espasmódicos que escuchamos, intercalados con las tétricas voces de The Metro Voices de Jenny O’Grady, nos trasladan a una hoguera de un fuego vivo y agitado por la voz de una Floor que críticos como Jason Cenador han calificado de “oriental”. Hemos presenciado una celebración en el suelo de Abraham que ya pronto comienza a ver sus primeros cultivos.

En “Harvest”, la voz de Floor deja paso a la de Troy Donockley, una de las últimas incorporaciones de la banda, en un tema en el que la gaita y las voces abren un sendero que se desvía por un momento hacia lo folk para recuperar su camino sinfónico a base del clavicordio que da inicio a “Shoemaker”. En este nuevo estadio de la humanidad, William Shakespeare, sujetándose la careta de Julieta, nos recuerda bajo la voz de Johanna Kurkela que nos convertiremos en “pequeñas estrellas que harán tan fina la faz del cielo que todo el mundo estará enamorado de la noche y nadie volverá a rendir culto al brillante Sol”. El Papa Francisco, en su encíclica Laudato Si’, nos recuerda el cántico de san Francisco de Asís “por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba”. Bajo esta senda de cuidado a la naturaleza, Floor Jansen, en esta parte final del tema, repite las palabras que dan título a la encíclica papal y le añade Ad Astra con una voz lírica que nos recuerda con nostalgia a la primera época de Nightwish con Tarja Turunen.

 

Pero, tras este homenaje al astrónomo Eugene Shoemaker, hoy en día deseamos volver a ver ese Sol detrás de unas nubes contaminadas de esclavitud. La televisión sin señal que antes escuchábamos en “Tribal” tiene un cable que se ha saltado todo este proceso y se ha dirigido directamente a “Noise”, single del álbum. En las actuales tierras de Egolandia, donde parece vivir el codicioso Señor Scrooge que tanto le gusta al teclista Tuomas Holopainen, el único videoclip del álbum que ha subido la banda supone una excepción en la panorámica general de esta producción de Nuclear Blast Records. En el videoclip de Stobe Harju, que también dirigió la película Imaginaerum en la que colaboró la banda, la polución de las redes sociales y la debilidad mental creciente en este “mundo sin Sol”, como dice el propio tema, es un paréntesis en los mundos de armonía con la naturaleza que nos traza la narrativa del disco. En consonancia musical con temas como “Wish I Had an Angel”, de Once (2004), supone la realización de esa “casa de fieras” de la que habla el siguiente estadio que tratamos: “Procession”. Este retrata nuestros recuerdos mediante anáforas continuadas (we remember / we remember) y vuelve a emplear esa sutil música electrónica que escuchábamos al principio para romper en la palabra Sapien con batería y guitarras cuando recuerda cómo llegó a este mundo. No creo que se trate de ilustrar la destrucción de armonía que hemos traído sino más bien, y teniendo en cuenta que, salvo “Noise”, el disco no supone una crítica, creo que se pone el acento en el simple cambio de paradigma que hemos llevado con nosotros.

Con el aliento de Marko Hietala al micrófono, el aroma a “The Poet and The Pendulum” (Dark Passion Play) y versos recogidos del álbum anterior, comprobamos el lucimiento armónico-coral que Tuomas Holopainen, líder de la banda, ha escrito para el último tema de este primer disco, “Endlessness”. Escuchamos una mayor presencia de la orquesta en un tema que nos habla de un nuevo nacimiento: el del mundo sin nosotros. La progresiva desaparición de la humanidad, ilustrada en coros cada vez más débiles, es acompañada por el violín de Perry Montague-Mason en un tema que sirve de transición a ese segundo signo que vemos en la mitad superior de la portada: la naturaleza.

Este segundo disco y segunda parte del mismo álbum, All the Works of Nature Which Adorn the World, fue calificado por Holopainen como “escapismo instrumental”, y es patente la inspiración del líder de la banda en músicos de cine como Elfman, J. N. Howard o Morricone.

Orquestado por Pip Williams, como el resto de temas, “Vista” ya nos advierte de una “sociedad en la que nadie entra”, dejando claro desde el principio que ya no hay seres humanos aquí. Con base en el chelo de Caroline Dale, se abre paso una melodía vocal verdaderamente emocionante gracias a la dulzura, sencillez, color armónico y repeticiones coralizadas constantes. Con inclusión de sonidos reales de la naturaleza, “The Blue” concluye con aves volando y olas rompiendo. El motivo del patrón de tercera menor con acompañamiento de cuerda que nos trae “The Green” se complementa con una suavísima Skaila Kanga al arpa. Aquel, transpuesto al final del tema una séptima menor descendente, nos sumerge un poco más en una fosa emocional que se va haciendo cada vez más profunda. Pero, en “Moors”, se rompe la estética y comienza a entrelazarse un ritmo mucho más irregular, como si la naturaleza volviera a ganar terreno, lo que se justifica con el siguiente tema, “Aurorae”, que nos remite a los minutos centrales de “The Greatest Show on Earth” del anterior álbum y que hablaba, precisamente, del nacimiento de la Tierra y de los seres vivos. Aquí se invierte este orden, como comprobamos en “Quiet as the Snow”, cuyos susurros humanos ya nos remiten a los ecos de una civilización que una vez pobló nuestro planeta, con un emotivo Peter Lale en una viola que sonará en “Anthropocene”, que incluye el antiguo Himno a Nikkal y cuyos pasajes más saltarines nos recuerdan a los momentos más narrativos de Imaginaerum (2011). Su final es, simplemente, el silencio.

Ahora, el vacío. Desde la lejanía de la Voyager 1 vemos “un punto azul pálido” (1994) del que nos hablaba Carl Sagan, cuyas palabras se rescatan en el último tema, “Ad Astra”. En esa “mota de polvo suspendida en un rayo de sol” en la que una vez vivimos, dejamos que nuestra imaginación dibuje el final del camino.

Y entonces, ¿qué? Algunos han criticado a Holopainen por esta producción. La realidad es que este álbum no solo es original en cuanto a concepto sino que, analizado desde la perspectiva adecuada, está plagado de coherencia. Desde la oda a la racionalidad más cientificista del anterior álbum, Human.:||:Nature. supone la continuación de una evolución natural de la banda en consonancia con los principios evolutivos del hombre y la naturaleza. Representa la continuación de la historia natural ad astra, ya lejos de nuestro alcance. Los descubrimientos científicos avanzados del álbum anterior son ahora descubrimientos primitivos, simples, que podemos entender con facilidad y que ilustran un futuro que no se vislumbraba tan claramente en el álbum previo, que ponía al hombre por encima de todas las cosas.

Se ríe Darwin, sentado de nuevo en su pétreo sillón. Él ya lo sabía todo sobre ese “animal sin importancia” del que nos habla Yuval Noah Harari en su fantástico Sapiens. Por muchas veces que volvamos a nacer, y sin importar lo que ocurra en el infinito futuro, lo cierto es que nuestro paso por este punto azul pálido no ha sido en vano.

Julio Herreros Ropero

 

Publicado en septiembre 2022

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