El Guadalquivir inunda la Zarzuela de Madrid

Crítica
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¡El Guadalquivir inunda la Zarzuela de Madrid!

Sainete lírico en dos actos con música de Pablo Sorozábal, libreto de Luis Fernández Sevilla y Luis Tejedor Pérez. Dirección musical: Guillermo García Calvo; Dirección de escena: Curro Carreres; Escenografía: Ricardo Sánchez-Cuerda; Vestuario: Jesús Ruiz; Iluminación: Eduardo Bravo; Coreografía: Antonio Perea. Reparto Fernando Ángel Ódena (26, 28, 30; 2, 4 y 6) / Javier Franco (27 y 29; 3 y 5); Reyes Carmen Solís (26, 28, 30; 2, 4 y 6) / Berna Perles (27 y 29; 3 y 5); José María Andeka Gorrotxategi (26, 28, 30; 2, 4 y 6) / Alejandro del Cerro (27 y 29; 3 y 5); Angelillo Ángel Ruiz; Micaela Anna Gomà; Cantaor Jesús Méndez; Señora Patro Gurutze Beitia; Olden José Luis Martínez; Glosopeda Manuel de Andrés; Sr. Mariano Antonio MM; Isidora Rocío Galán; Escardillo David Sigüenza; Esperanza Lara Chaves. Orquesta y coro Titular del Teatro de La Zarzuela.

Entre Sevilla y Triana de Pablo Sorozábal salpica con agua fresca del Guadalquivir a Madrid. Su estreno en el Teatro de la Zarzuela hace que esta olvidada partitura vuelva a los escenarios. Ya pasaron casi 72 años tras su estreno en el antiguo Teatro Circo Price de Madrid. Manuel Coves y Curro Carreres rescataron esta partitura del armario de la SGAE. ¿Cómo han dado vida a esa Sevilla imaginada por el compositor donostiarra?

El director escénico Curro Carreres indaga en una Sevilla sinónima de tradición. Este ambiente se deja ver con elementos característicos de la vida cotidiana como el sonido del timbre y los gritos de la calle, el sacudir las alfombras desde la ventana o arrojar cubos de agua en la plaza. ¡Incluso en la farruca sonaba el barrer de la escoba a contratiempo! Y en armonía con ese realismo se instala en el escenario un ambiente sevillano más oculto y mágico propio del simbolismo andaluz. Curro aúna la maternidad y la soledad de la mujer transformándola en una Dolorosa. Esos conceptos se desarrollan en el espectáculo con la puesta en escena, el canto y su música, y la danza flamenca. El jolgorio y el calvario atraviesan la obra como en el folclore español, sensación que consigue transmitir el director con la nueva dramaturgia.

El equipo artístico de escenografía, vestuario e iluminación forman una trinidad indisoluble, pues son complementarias e interactúan entre sí. El espacio escénico es una plaza de un pueblo con casa llenas de azulejos, donde simbólicamente vemos la Giralda y la torre del oro, detalle fundamental y que embellece. Ese espacio vacío sirve también de tablao para todas las coreografías de las fiestas que vemos a lo largo de la obra, lo que la hace práctica. Además, el mismo lugar se transforma ahuecándose y dejando entrar el puerto de Sevilla o el altar de la virgen. Así juega ingeniosamente con la figura estilística de la metonimia, introduciendo la parte por el todo.
La iluminación, por su parte, coloreaba el espacio creando diferentes atmósferas con violetas, azules, verdes y dorados. Era muy rico en efectos visuales y todo un manjar para la vista. Eso lo conseguía, por ejemplo, cuando focalizaba la atención de las bailaoras con cenitales, o creaba sorprendentemente el efecto de gentío proyectando las sombras de los actores en la escenografía. Para esta última ilusión usa los focos como candilejas en el borde del escenario, sumándose al concepto de tradicional.

Y a lo anterior se le añade el vestuario costumbrista andaluz. Los hombres llevaban colores más propios de la tierra con la gama de marrones especialmente, discretos pero esenciales, y las mujeres aportaban las gotas de colores con trajes folclóricos, floridos y elegantes. Estos cobraban un especial valor gracias a la delicada iluminación y a la servicial escenografía.

Guillermo García Calvo en el foso lleno de agua del río, pues el divertido actor Antonio MM pretendía pescar allí algún camarón, llevó todos los ritmos con gran saber, y pese a que generaba un gran suspense en múltiples ocasiones, no llegó a transmitir la pasión desenfrenada y el peligro de las profundidades humanas del folclore.

En la gran fiesta que es esta zarzuela, las voces líricas quedaron en segundo lugar frente a la espectacularidad de la puesta en escena. El tenor Alejandro del Cerro arrancó la fiesta con un timbre casi baritonal y en la romanza ¿Tú qué sabes del cariño…?” sacó su naturaleza resolviéndola de manera discreta y compungida, cosa que no ocurría con el tenor Andeka Gorrotxategi, quien tuvo problemas técnicos serios, recortando frases y fallando el agudo final. Javier Franco cubre el rol del barítono con un sonido de poca calidad y un acento andaluz insuficiente, mientras que Ángel Ódena fue arriesgado y consigue matizar exitosamente su papel con salero sevillano, aunque abuse del vibrato. La más valiosa fue la soprano Berna Perles, que encarnaba la heroína con fuerza y finura equilibradamente. El cantaor Jesús Méndez y el guitarrista Abraham Lojo pusieron ese toque más fogoso, sirviendo de apoyo a los bailaores en el cuadro flamenco del segundo acto y unas sevillanas espectaculares ahondando en el concepto de la maternidad pasionalmente. Ahora bien, quien estuvo verdaderamente excelente fue el tenor Ángel Ruiz, quien cantó, bailó e interpretó impresionando al público en cada intervención.

En conclusión, esta zarzuela nos arrastra con el agua del Guadalquivir a la fiesta y el dolor sevillano, pues como dice el personaje de Reyes: “Sevilla es como un gran querer. Sevilla no se explica: se siente aquí”, en el Teatro de la Zarzuela.

Álvaro Siddharta

Fotografías de Elena del Real y Javier del Real.

Publicado en febrero 2022

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