El abordaje en Cantabreda: La tabernera del puerto

Crítica
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El abordaje en Cantabreda: La tabernera del puerto

Música de Pablo Sorozábal y libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw. Dirección escénica: Mario Gas. Dirección Musical: Óliver Díaz. Escengrafía: Ezio Frigerio con Riccardo Massironi. Vestuario: Franca Squarciapino. Iluminación: Vinicio Cheli. Reparto: María José Moreno y Sofía Esparza (Marola), Damián del Castillo y Rodrigo Esteves (Juan de Guía), Antonio Gandía y Antoni Lliteres (Leandro), Rubén Amoretti y Ihor Voievodin (Simpson). Teatro de la Zarzuela, mes de noviembre.

 

La tabernera del puerto atraca en Madrid con una galerna causada por las múltiples huelgas. Esta zarzuela ya vivió grandes temporales en el 36, año en que se estrenó, pues no llegó al Teatro de la Zarzuela hasta el 40, tras la Guerra Civil. En nuestros días, los técnicos lideran una lucha por mantener la calidad de los espectáculos, ya que el Ministerio ha asignado unas titulaciones para los cargos que no se corresponden con el oficio de los técnicos. Y la pregunta que todos nos hacemos es: ¿Cómo logra La tabernera del puerto vencer las tempestades del mar?

Mario Gas timonea este romance marinero desde la puesta en escena. Todo su montaje está tintado de la atmósfera pesquera de un pueblo oscuro y cerrado, perdido en el norte de España. El director opta por un estatismo general donde los cantantes actúan hacia el público viendo en él el mar, mientras sueñan con un futuro mejor, aunque incierto. Además, es acompañado por dos actores que ambientan y divierten la obra con su corporalidad tosca: Pep Molina y Vicky Peña.

El escenógrafo Ezio Frigerio inventa, en oposición al sueño, un lugar áspero con materiales primitivos como la piedra y la madera. La escena está enmarcada por agua, con una pequeña playa de piedras con una barquita con redes de pescadores, que impregnan al espectador de una sensación desconsoladora. Y en esta sintonía, el vestuario de Franca Squarciapino también participa de la idea de apagado y frío, incluso el conjunto de Marola, que tiene colores más vivos empleando el rojo y azul claro, resulta tosco.

Vinicio Cheli se luce en su puesto de iluminador acompañando lo anterior y destaca brillantemente en el segundo acto. Durante ese acto sin apenas acción, en la cantina de la tabernera, Vinicio embellece la piedra coloreándola con azules marinos, malvas y algunos colores más cálidos. ¡Ojalá todos los castillos de España gozasen de tal arte!

Sobre la parte musical, Óliver Díaz dirige con una batuta muy enérgica, tanto que en varias ocasiones cubría a los cantantes pese a tener la orquesta reducida, especialmente el dúo de los actores cómicos, donde apenas se podía oír el texto. Hubo múltiples asincronías entre la orquesta y los cantantes, aunque ambos fuesen ricos en matices. Esta falta de escucha pudo deberse a que es difícil remar con unos tiempos tan convulsos cuando no se sabe si habrá o no función esta noche.

En cuanto a los cantantes, sus interpretaciones fueron muy variadas: en el primer elenco, el tenor Antonio Gandía impresionó con su voz y su fraseo, similar al de Kraus, aunque apenas se movía en el escenario; la soprano María José Moreno ensanchó su voz en el primer acto como la madera aguada y en el segundo recuperó su naturaleza más fina con agudos limpios, lo que generaba un silencio muy interesante y asombroso después; el barítono Damián del Castillo divirtió la taberna con su romanza del segundo acto con gran soltura; y el bajo Rubén Amoretti hizo sentir al espectador un gran peligro dotando su papel con viveza e intimidad, especialmente en su romanza “Despierta negro”. ¡Realmente espeluznante!

En el segundo buque de guerra, o reparto, el tenor Antonio Lliteres y la soprano Sofía Esparza trajeron a Cantabreda entusiasmo y un color más juvenil, además de una buena compenetración entre los dos, lo que demostraron desde su primer dúo. El barítono Rodrigo Esteves, con un color muy redondo y carnoso como los buenos vinos de la taberna, desgarró al público con su delicada sensibilidad en la romanza final. Y en la última función, el lobo de mar, bajo, Ihor Voievodin interpretó con pasión y culminó su romanza con unos agudos que hicieron vibrar todo el puerto.

De esta manera, aunque en Cantabreda haga mal tiempo y lleguen temerosas galernas, el Teatro de la Zarzuela hizo que volviese a salir el sol un día más con la música de Sorozábal.

Álvaro Siddharta

Fotografías de Elena del Real y Javier del Real.

Publicado en enero 2022

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